domingo, 24 de marzo de 2013

La Compañía del Tiempo

Perfil del tiempo

Crecer puede resultar tan difícil a veces que por un momento nos resistimos y nos aferramos con uñas y dientes al pasado. Pero eso sólo puede durar un instante.
Al distraernos más de un segundo la vida nos rebasa y cuesta mucho ponerse al corriente. Y no tarda el futuro en estrellarse con nosotros, obligandonos a cambiar la ruta y forzándonos a hacer un viraje y modificar nuestros planes.
La única explicación lógica para dicho fenómeno es que no construimos la vida (ni siquiera la nuestra) solos. Por eso necesitamos siempre de alguien dispuesto a echarnos una mano cuando nos haga falta. ¡Y vaya falta que hace en ocasiones! Hay veces que sin esa ayuda y sin un rescate, se nos iría todo de las manos (lo que afectaría también a los que nos rodean).



En esto el tiempo es indispensable. No es, como suele pensarse o decirse, nuestro enemigo. El tiempo es nuestro amigo, nuestro hermano que nos acompaña hasta el final. Es el medio primigenio para la existencia del universo, para el plan de Dios (la historia del universo) y para su actuar en el universo (la Providencia), el mundo sin el cual lo demás es imposible. El tiempo nos mece y nos sustenta hasta que, ya maduros, no necesitemos más su protección. El tiempo es pues, como un cascarón necesario para nuestro desarrollo y que se rompe (para cada quien en distinto momento) con la muerte.



Así que no hay porque temerle al paso del tiempo. Sin embargo, aunque necesitamos la ayuda del tiempo para crecer y madurar, también tenemos que poner de nuestra parte. El tiempo nos impulsa, pero de nosotros depende que ese impulso nos levante y nos mueva hacia adelante, o nos haga tropezar o caer. El tiempo que huye no puede ser recuperado (Fugit irreparabile tempus: Virgilio).